Con proverbios y toda clase de dichos, los criollos lograron forjarse la imagen de hombres sentenciosos y juiciosos
Pintura: Eleodoro Marenco |
Tercamente se halla unida la noción de gaucho y de paisano -y aun de criollo viejo- a la de persona sentenciosa y reflexiva, a cierta sabiduría rural que permanecería todavía hoy en el trasfondo de nuestro espíritu nacional. Muy característicamente, la imagen que nos queda de ellos los presenta siempre dando consejos, moliendo proverbios y dichos, y con disposición inagotable para hallar comparaciones ingeniosas, muy a menudo relacionadas con los usos y la naturaleza de los animales, profusamente citados en el tiempo de los matreros, incluso algunos jamás conocidos por aquí: "La noche era escura como boca'e lobo", tira a exótico, pero igual no deja de ser genuinamente pampeano.
Claro que no fue nunca tanto como se cuenta y hoy mismo -si la experiencia vale-cualquiera que salga a reconocer restos de aquello comprobará que lejos de ser así, el campo lleno está de gente para nada adornada por esa cualidad de la agudeza. La hay, por el contrario, completamente silenciosa e inexpresiva y también otra abusivamente charlatana, sin el menor atisbo de sabiduría en lo que dice. Pero ése es otro asunto y no viene al caso.
Arquetípicamente nuestro gaucho y nuestro criollo son representados como hombres de reflexionar y de expresarse elíptica o irónicamente mediante dichos y "comparancias". En nuestro imaginario folklórico eso está firmemente arraigado y así como corre eso de que todos los vascos son nobles, hay cierta certeza extendida de que los gauchos en su conjunto eran sabios. Sin duda, el aislamiento los inspiraba y la mateada les daba ámbito propicio, al forzarlos a hablar despacio. Con el agregado importante de que el que sabe es porque aprendió, o sea, que no en vano ha visto pasar días y años, de donde surge otra línea hondamente trazada en el colectivo sentimental criollo, que es cierta ingenua exaltación de la vejez. Veamos: el viejo Vizcacha, el viejo Pancho, el viejo Hucha; tampoco es joven don Segundo y aún el mismo Fierro empezaba ya a encanecer para la época de la Vuelta.
La otra herencia es el zoomorfismo rampante del saber criollo, insoslayable legado del pasado pastoril. Descuella primero en los dichos: "renguera de perro", "no hay que cansarse en partidas", "todo bicho que camina...", "el zorro que es corrido dende lejos la olfatea", "nunca falta un güey corneta", "el cerdo vive tan gordo...", "nunca hay que disparar por la loma", "cada lechón en su teta", etcétera, etcétera.
El siguiente paso nos hace topar naturalmente con la adjetivación: se es un toro, un mancarrón, un zorro, un zorro en el gallinero, una perdiz, un peludo, un gallito, una paloma, una gaviota, un guanaco.Pero ciñámonos al tema: para nosotros la sabiduría anida cabalmente en los refranes o dichos, e ignoramos por completo esa tacha de vulgaridad que envuelve, quieras que no, al repertorio vastísimo de Sancho Panza; por otro lado, en la tradición rioplatense ellos están repletos de animales y este rasgo, evidentemente, contribuye a potenciar y a matizar su alcance. Al igual que en la fábula clásica o en los dibujos de Walt Disney los animales hablan por los hombres, recurso didáctico que introduce una cuota de inevitable humildad en la descripción de nuestras pasiones y apetencias.
Por Fernando Sánchez Zinny para La Nacion
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