23/6/14

Un respeto ganado con coraje


Un episodio fundamental de nuestra historia -la heroica gesta de los gauchos de Güemes- dio lugar a dos visiones distintas: la serena y documentada de Bartolomé Mitre y la vivaz y preciosista de Leopoldo Lugones



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"Gaucho Rioplatense 1840" - Eleodoro Marenco




Reconoce Mitre en sus historias de Belgrano y de la Independencia argentina que los gauchos se habían cubierto de gloria en el curso de las luchas revolucionarias, pero que sólo a partir de "la guerra de los gauchos" librada en Salta en 1817 su nombre "empezó a ser pronunciado con respeto, aun por sus enemigos..."

La Gazeta de Buenos Aires, a propósito de la victoria de Humahuaca obtenida por los montoneros de Manuel Eduardo Arias, decía: "El título de gaucho mandaba antes una idea poco ventajosa del sujeto a quien se aplicaba, y los honrados labradores y hacendados de Salta han conseguido hacerlo ilustre y glorioso".

Un regimiento del ejército salteño ostentaba esa denominación. El mencionado comandante Arias, uno de los jefes patriotas más destacados, escribió, en un parte fechado en marzo de 1817, que los españoles se jactaban de que la guarnición de Humahuaca era invencible.

Comenta a continuación, devolviendo la jactancia, que ello se debería a que estaba reservado a los gauchos humillar el orgullo hispano. De lado opuesto, el general José de la Serna, más tarde último virrey del Perú, decía, irritado, en un oficio de 1816, que "un puñado de gauchos sin instrucción ni disciplina no podía oponerse a una tropa tan aguerrida, acostumbrada a vencer las mejores de Europa..." Efectivamente, en esa tropa había vencedores de Napoleón, en España, y de Bolívar, en Venezuela.

El jefe militar juzgaba agraviante todo parangón entre realistas e insurgentes.

Sin embargo, el general español García Camba, testigo y cronista de esa guerra, expresa en sus "Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú" que los militares europeos se asombraban al ver por primera vez a aquellos hombres extraordinarios a caballo, "cuyas excelentes disposiciones para la guerra de guerrillas y sorpresa tuvieron repetidas ocasiones de comprobar.

Eran individualmente valientes, tan diestros a caballo que igualan si no exceden a cuanto se dice de los célebres mamelucos y de los famosos cosacos, porque una de las armas de estos enemigos consistía en su facilidad para dispersarse y volver de nuevo al ataque, manteniendo, a veces desde sus caballos y otras veces echando pie a tierra y cubriéndose con ellos, un fuego semejante al de una buena infantería".

En su estilo sosegado, pero firme, ejemplar en la exposición de hechos históricos, Mitre dedica los capítulos "Salta y Güemes" y "La guerra de los gauchos" de su "Historia de Belgrano" a narrar la gesta de 1817, en la que se enfrentan con denuedo soberbios militares e intrépidos campesinos, habilísimos jinetes que conocían perfectamente el terreno que pisaban. "El ejército es el pueblo todo capaz de cargar armas", dice Mitre; un ejército con su propia estrategia, "según un plan que está en la cabeza de todos" y los lleva a condensarse repentinamente en puntos determinados y a disiparse "como una nube impalpable", sin perder nunca cohesión.

Por ese capítulo, incorporado más tarde a "Páginas de historia", un tomo editado por la Biblioteca de La Nación y reeditado por la Biblioteca del Suboficial, desfilan intrépidos jefes, pero por sobre todo se impone Martín Güemes (1785-1821), el caudillo elusivo, ausente en las refriegas, pero con atracción de adalid, cargado de magnetismo, idolatrado e indiscutible.

La adhesión a la causa de Belgrano, el respeto y la modestia ante el superior, paradigma de pureza, descubren uno de sus aspectos más claros y conmovedores.
 

Historia y poesía

En tanto Mitre narra la guerra montonera con vivacidad, contagiado de la singularidad de los hechos, pero sin apartarse nunca de la verdad documentada y conservando su clásica serenidad, Leopoldo Lugones, a fines y principios de siglo, la recrea con toda la riqueza sensual del modernismo y vertiendo en sus veintidós relatos, reunidos en 1905 con el título de "La guerra gaucha", un léxico riquísimo y exacto.

Superabundan en esa obra los vocablos inusuales y los neologismos, gran parte de ellos formados con verbos basados en sustantivos, como "mármol", que da "marmorizar"; en adjetivos, como "supino" (tendido sobre el dorso), que da "supinar"; o en expresiones adverbiales, como "por delante", que da "pordelantear".

Todo ello desplegado con frenesí se diría lujurioso por la voluptuosidad con que el escritor parece utilizar cada palabra. Ni Quevedo antes ni Valle Inclán después alcanzaron, en el español, semejante grado de embriaguez lingüística.

En "La guerra gaucha" no se impone un héroe. Güemes es el personaje del último relato.

Su nombre se cita en "Carga" y en otros no faltan referencias a su imantada personalidad. Siempre es una presencia ineludible y obvia.

Salvo raras excepciones, fechas, jefes y batallas ceden lugar a los protagonistas anónimos de la guerra, a quienes, de algún modo -niños, mujeres o ancianos-, la empeñaron con pasión patriótica, y lo ceden asimismo al terruño, a la fragosa tierra que los campesinos conocían tan bien y con tanta eficacia estratégica.

La guerra gaucha es la gesta colectiva del gaucho. No hay individualidades identificadas, sino un conjunto de voluntades anónimas coincidentes en un objetivo superior.

A falta del héroe, Lugones prodiga fuertes situaciones narrativas, tremendas muchas -con efectos de terribles heridas, despiadados combates singulares, muertes, torturas-, y minuciosas descripciones del paisaje salteño, en horas crepusculares o en medio de tormentas, todas ellas escritas con deleite orgiástico. El libro no se inscribe, claro está, en la literatura gauchesca, que utiliza fundamentalmente el habla campesina. Ella ha preferido, como el teatro gauchesco, las historias de matreros empujados por la injusticia a la desgracia, la soledad y el crimen. Tal el caso de Martín Fierro y el de una extensa galería de gauchos malos braveando en las novelas de Eduardo Gutiérrez.

Una de ellas, Juan Moreira, transformada en mimodrama y luego en drama, tuvo en su tiempo éxito memorable y fue la base del teatro nacional.

La guerra de los gauchos, que Mitre narró como historiador, pero sintiendo los entusiasmos del poeta y el patriota, dio a Lugones, poeta y patriota también, los elementos para adentrarse en la intrahistoria y recrear, desde lo profundo y con los medios del artista consumado, uno de los episodios más genuinamente heroicos de nuestra historia.

El autor es periodista y crítico.


Por Jorge Cruz 

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