17/4/14

Lluvia en la estancia







Autor:  Carlos Ernesto Pieske

 


Ya desde la tarde anterior se la veía venir. Las señales habían sido harto elocuentes.
A la hora de la oración, un viento algo cálido del este iba arrastrando en el aire cantidad de “baba del Diablo” que se asemejaban a cientos de diminutos barriletes blancos que eran transportados en el aire por hilos casi invisibles.
Además, los potrillos que estaban en el potrero cercano a la estancia, correteaban sin motivo y algún que otro toro se revolcaba en la tierra.
La oscuridad se hizo en silencio y con una quietud pesada. Ya más avanzada la noche se escuchaban a los patos sirirí volar raudamente cambiando de laguna.
Y fue verdad nomás, amaneció lloviendo. Había comenzado temprano, casi sin ganas, indolentemente, diría alguno.
De vez en cuando un chaparrón un poco más “pesado” se descargaba sobre el campo borrando casi por completo la visión del horizonte.
¡Va a ser un día aburrido!
Los peones, lo mismo se han levantado temprano y se dirigen corriendo desde la habitación a la cocina para “matar el venado” con unos buenos verdes, a la pasada, levantarán una galleta de la bolsa que está con la boca abierta como esperando el manoteo, un trozo de cordero de la noche anterior que había quedado ensartado en el asador y a desayunar.
La cocina en esos días no es un lugar nada recomendable, desde el fogón, se deprenden densas humaredas que quedan dentro del ambiente, señal de la baja presión reinante, y que lo llenan de un olor que hace picar la garganta y llorar los ojos.
La cocinera, que también se ha levantado temprano, ya tiene cerca del fuego una caja de madera con un grupo de pollitos que, habiéndose mojado, los ha traído al calor del fuego en un intento de salvarles la vida, los cubre con una bolsa de arpillera para que el calor seque sus cuerpitos tirítenos.
Será una jornada para hacer las cosas que ido quedando en el tintero y para las que no hay tiempo de echarles mano en días de trabajo normal.
El galpón de los cueros es el lugar elegido. Allí, entre charlas y bromas, uno arregla unos bastos que se han descocido y en el que por la hendidura se ven aparecer, apretados, los juncos que forman los chorizos, otro se ha propuesto terminar un bozal que hace meses estaba colgado de un gancho esperando una jornada así y un tercero se ha abocado a sacar tientos de una lonja, por las dudas, nomás.
Pero es necesario buscar algo para matar el aburrimiento.
Algunos peones, tienen tareas, de esas que la ni la lluvia puede detener. El boyero nomás, hubo de montar el “nochero” y traer las vacas que se ordeñan para la leche del uso de la estancia, ordeñarlas y largarlas con sus terneros al campo. Para colmo era en lo peor de la caída de agua. Hay todo se hace con velocidad, con premura, no hay tiempo para observaciones, el agua cala hasta los huesos.
Algún valiente, cubierto por una bolsa de arpillera doblada al medio, a lo largo, uniendo sus dos ángulos formando una capucha y a su vez improvisado impermeable, está revisando las riendas de los dos molinos que hay cerca del casco, no vaya a ser cosa que se levante un fuerte viento y rompa la rueda, otro con ayuda de una carretilla trae leña seca, sacándola de las de debajo de la pila, por si la lluvia continúa.
Mi padre con el capataz se han ido al escritorio, hoy es un día ideal para planificar. ¡Hay tanto por hacer!, Se acerca la yerra, el baño de las ovejas, en fin, decenas de tareas que merecen ser proyectadas.
Echando una mirada al campo se observan los animales, tanto vacunos como yeguarizos con las ancas en contra del viento simplemente comiendo.
Las gotas caen por las canaletas de los techos del alero formando pequeños canales y cuando caen semejan a pequeños soldaditos.
De pronto el sonido metálico emitido desde la cocina corta de alguna manera ese letargo matinal. Es un día especial para algún puchero, un guiso de fideos, una polenta o algún estofado de capón.
Este llamado también ha movilizado a los perros que estaban todos refugiados bajo los carretones y que simplemente ha aprovechado el día para dormir y que se acercan a la cocina, sabiendo que un poquito más tarde algo “ligarán” ellos también, unas sacudidas bajo el alero y se tiran nuevamente.
Luego vendrá una pequeña siesta y después, a seguir con el aburrimiento, pero tal vez acompañado de unos mates con algunas tortas fritas que la cocinera se ha dignado hacerle a esos paisanos.
Para la tarde la lluvia ha menguado. En el poniente unas nubes de arrebol vaticinan que el tiempo mejorará y que mañana será día de trabajo normal.
En fin, cosas de este campo nuestro tan difícil de borrar de nuestra memoria.



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