Considerada como “la canción salteña”, la zamba “La López Pereyra” surge de una historia desconocida para la mayoría.
En su melodía, apenas visibles, están presentes todos los elementos que resultan necesarios para una historia apasionante: un asesinato, un desengaño amoroso, un robo y, finalmente, la consagración mítica en el pueblo. Pero, ¿qué cantamos cuando la entonamos? Aquí, una aproximación a la historia de una zamba, que es también un enigma de nuestra tierra.
“No recuerdo salteño que no la cante o la sepa -mal, regular o bien- y la entone como algo propio”, señala el “Puma” Vasconcellos respecto a “La López Pereyra”, y no se equivoca.
“Todo el texto es una tristísima elegía ante la adversidad irreversible”, dice Vasconcellos. Sin embargo, el nombre de la canción no hace ninguna referencia a la historia de amor que relata la poesía de la letra. ¿Por qué?
El protagonista
Artidorio Cresseri es el autor de letra y música de la zamba, que se supone escrita a finales de la década de 1910. Cresseri, a lo largo de su vida, recorrió el norte, ocupado de afinar pianos y enseñando. A los 86 años, en la indigencia y sin poder cobrar un peso por la canción que lo haría famoso, muere en un hogar para ancianos de Salta, el 18 de octubre de 1950.
La infancia de Cresseri se desarrolló en una familia de inmigrantes italianos, llena de música y poesía. Comerciando, recorrió la región y el sur de Bolivia. Ya a los 16 años compuso “Bailecito de Bolivia”, que se hizo conocida por la comunidad boliviana, anunciando la popularidad futura de Cresseri. Entre sus obras se pueden mencionar también “Zamba para Palmira”, “Al pie del Chañi” y “Ofrenda”.
El músico era solicitado por las familias tradicionales de Salta para que animase las reuniones sociales, eje de las actividades y las relaciones de la alta sociedad de la época. En esas innumerables noches Cresseri se ganaría la admiración y amistad de un abogado y juez, cuyo nombre nos da la primera pista del enigma: López Pereyra.
El robo de la autoría de la canción
Sin que terminaran las penurias de la zamba, existió también una discusión acerca de la propiedad intelectual de esta popular zamba.
Parece ser que en sus continuos viajes, y cuando aún la zamba no tenía título, Cresseri se la hizo conocer a la madre de los luego famosos hermanos Abalos.
Otro nombre
La mujer difundió la melodía y la bautizó como “La chayateña”. Los problemas legales comenzaron por 1916, cuando el recopilador Andrés Chazarreta publicó su segundo álbum y entre ellas figura “La chayateña”.
Los familiares de Cresseri, que aún vivía, iniciaron acciones judiciales, aunque Chazarreta reconociera que se trataba de una zamba salteña que “escuché alguna vez y cuyo autor desconozco”. Chazarreta fue un gran músico, director y compositor, con más de 400 obras, incluyendo las recopiladas.
En el año 1922, el dúo Gardel-Razzano tiene en su repertorio una tonada titulada “El sapo y la comadreja”, cuya melodía es “La López Pereyra”.
En 1964 José Canet realiza su propia adaptación de la zamba en tiempo de tango. Con el acompañamiento de sus guitarras, es registrada con letra de Alberto Marino.
Fallo a favor
La canción fue inscripta en SADAIC en 1958 y unos diez años más tarde, finalmente se falló en favor de Cresseri.
Hubo una apelación y en definitiva se fueron más de veinte años hasta el fallo ratificatorio y definitivo sobre el tema.
El amor
En un trabajo periodístico, Héctor Lucci recuerda una conversación con el hijo de Cresseri. Este le habría contado que la música de la zamba le pertenecía a su padre, pero que los primeros versos fueron escritos por Arturo Gambolini, junto al poeta uruguayo Juan Francia. El doctor López Pereyra había colaborado en la adaptación de la letra a la melodía del canto.
En la letra de la zamba, la poética nos refiere a un amor desengañado pero persistente: “Yo quisiera olvidarte, me es imposible mi bien, mi bien. Tu imagen me persigue, tuya es mi vida y mi amor también. Y cuando pensativo, yo solo estoy, deliro por la falsía con que ha pagado tu amor, mi amor”, o “Me han dicho que no me quieres, pero eso no es un motivo”. También: “Voy a ocultarme a una selva solo a llorar. Pueda ser que en mi destierro tus ojos negros pueda olvidar”. Finalmente, la compasión llega hasta el propio desengañado amoroso que contemplando a las estrellas le pide “al Dios piadoso, resignación”.
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