El libro de Terrera sobre el caballo Criollo y sus distintas historias.
Guillermo Alfredo Terrera fue premiado por la Sociedad Argentina de Escritores en 1948, por su libro “El Caballo Criollo en la Tradición Argentina”. Del volumen 612 de la Primera Edición de 1969, reproducimos aquí, parte de los textos del Capítulo 6, titulado “Historia Tradicional de algunos Pelos Criollos”.
Dice Terrera: “En la enorme lista de pelos que ya conocemos como verdaderos maestros del campo, encontramos algunos que tienen una leyenda más o menos formada; ellas han sido conocidas por mí en base a narraciones orales de gauchos viejos y muy conocedores. Hombres que en sus tiempos mozos galoparon por tierras dominadas por indios salvajes y melenudos; bolearon avestruces con mangas vivientes de cristianos, no solo en planicies bonaerenses, sino también en cuchillas mesopotámicas, o en los llanos pastosos de Santiago del Estero.
Gauchos de la talla de mi querido amigo Avelino Montenegro, testigo ocular de la Batalla de Pavón en el por demás lejano 1861, corredor campero y ¨compositor de encuentros¨ en el pago de Remedios y el Quebracho. De mi nunca olvidado padrino don Enrique Lynch Pueyrredón, propietario de grandes establecimientos rurales en varias provincias argentinas, con quien solíamos conversar horas enteras, entre pitada y mate, de las cosas del campo y sus misterios.
Recuerdo a todos aquellos amigos de mi alma, que pasan en deshilada ante mis ojos como en un sueño maravilloso y lejano, galopando por las huellas polvorientas en sus parejeros sufridos y achuzados; allí los veo al aire y al sol pletóricos de alegría, enlazando a campo abierto o bajo las ramas de un monte tupido un alzado novillo de tremendas guampas o malcornando un bagual para asentarle los cueros gauchos, hechos de tiento crudo, como lo fueron siempre mis apreciadas guascas.
Allí están los pajonales de cortadera o de paja india, con sus retazos de cebadilla y salpicados de mil colores distintos en las flores ingenuas y perfumadas de marzo o principios de abril.
Con todos esos hombres y con todas esas manifestaciones de vida me encuentro profundamente ligado. No puedo dejar de mencionarlos cada vez que de refilón debo sortear recuerdos tan agradables y amados por mi espíritu.
Las leyendas y los cuentos nacen de épocas pretéritas junto a los talas de copa redonda o a los corrales de palo a pique con maromas de algarrobo centenario. Nacen en tiempo de misterio y fascinación, cuando los gauchos creían ver en una laguna solitaria, rodeada de árboles umbrosos, u sitio especial para que habitaran seres dotados de una consistencia sobrehumana”.
Entre nosotros: no hay tobianos en la raza Criolla, aquellos eran caballos “criollos” por aquella definición que dice: “hijos de españoles nacidos en América”.
Terrera se emociona con los recuerdos y abunda en figuras que lo relacionan con el pasado, hasta que, finalmente, decide adentrarse en el tema de los pelajes (colores) del caballo, iniciando una larga lista, con el Tobiano.
“Su origen: Con respecto al origen del vocablo Tobiano circulan dos o tres narraciones más o menos bien hilvanadas. Antes de comenzar debo decir que los paisanos usan con más frecuencia la palabra ¨tubiano¨ que tobiano, estando las dos perfectamente bien dichas, ya veremos oportunamente porque.
La palabra Tubiano fue introducida del Brasil como resultado de una lucha poco afortunada, conocida en la historia como Guerra de los Farrapos. El Gral.D. Rafael Tobías Aguiar, vulgarmente conocido por Tobías, invadió las provincias de Río Grande Do Sul, según algunos por 1848”. Sus guerreros iban montados en caballos de pelo “tobiano”, es decir, de grandes manchas firmes, a los que se llamó “tobianos”, por Tobías.
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